viernes, 15 de febrero de 2013

La intrínseca maldad de ciertas ideologías

              ¿COMO PUEDEN HABER ENGAÑADO A TANTOS DURANTE TANTOS AÑOS?

Cuando la frontera del delito se establece en el código penal y no en la conciencia personal y colectiva es porque la sociedad está perdiendo las referencias solidas para la prosperidad en el bien común.
La intrínseca maldad de ciertas ideologías que aún perduran desde el siglo anterior no son quienes nos darán la solución para enderezar al ser humano; en primer lugar porque no creen en él y segundo que le han apartado de la verdad.
Los corruptores de almas no pueden apartarse de la bondad díscola cuando necesitan un órgano donado por los que creen en la vida y la verdad; todo su orgullo ha quedado derrotado por la necesidad. Siempre será así, aunque muchos no podrán nacer por culpa de las ideologías y no podrán delinquir, ni hacer bien a nadie. Esta es la mayor corrupción, la mayor perversidad. ¿Cómo pueden haber engañado a tantos durante tantos años?; y lo seguirán engañando a base de mentiras, de manipulaciones, del control de los medios de comunicación aprovechándose de la condición humana en su debilidad y en las prioridades que la falsa propaganda ha entronizado.
Como resultado de todo ello, en un destino pergeñado en la mentira y ávido en la destrucción de nuestro país, vemos como afloran casos de latrocinio a los propios trabajadores en Andalucía y Cataluña. Personajes de la política que han sido elegidos por un pueblo descuidado y desinformado como aspirantes a su propia destrucción.
La legitimidad moral para acusar a los corruptos debe nacer desde la limpieza y honradez y no para machacar con malas artes a quien gana unas elecciones libres.
Rubalcaba, pasado por el aliño de su propia botica y perseguido por su sombra, debería dar paso a otros para la refundación de una izquierda nueva, para que salga del túnel oscuro y anticlerical, del tenebroso pasado regido por los santones bipolares de la burguesía y el marxismo, para que olvide y entierre los tiempos del crimen de estado y la corrupción, para olvidar el idilio con Stalin de sus antiguos dirigentes. Podríamos seguir con otras muchas recomendaciones para bien de nuestra democracia, pero es la gente de bien la que debe cambiar  los partidos y efectuar una conversión hacia lo efectivo y constructivo.
Rajoy abrumado por los desleales de su partido solo puede esperar el dictamen de los tribunales ante casos en que el enemigo es etéreo; es la lucha contra el hombre invisible que se oculta tras intereses de poder. La oposición no debería regodearse excesivamente en este ambiente ya que sus filas están plagadas de millonarios y nuevos ricos para estupefacción de sus votantes y simpatizantes.
Al día de hoy no se puede hacer un diagnostico claro de los casos de corrupción que en estos días publican  los medios de comunicación. Somos meros observadores de un panorama  cambiante en horas y por tanto sería irresponsable hacer juicios prematuros sobre sumarios en curso. Solo podemos ver el camino recorrido desde el inicio de la democracia y valorar a cada uno de los políticos por sus hechos demostrados. No sabemos en qué quedará el asunto de los sobres y sus filtradores, de su veracidad, de las pruebas caligráficas, etc. De los casos catalanes ya iremos viendo. De los otros muchos casos judicializados decimos lo mismo. Así, de esta forma esperemos que los ACTORES que nos representan sean responsables y despejen las dudas del futuro común de todos nosotros. ¿Sabremos distinguir a quien nos interesa?
Un solo hombre justo puede hacer mayor bien que una mayoría aritmética que  legisla. La legalidad como vigencia de una época no es sinónimo de justicia, si no la expresión pasajera de dominio que ejerce una casta en su arbitrio hacia los demás.  La justicia no es cuestión de mayorías, es un bien superior que no debe identificarse con lo que nos interesa o nos conviene al antojo de nuestros intereses; ella está por encima de quien la reclama. Los jueces serán juzgados, al igual que el poder legislativo y todos nosotros. Nada quedara impune. La justicia no es un tipo de suerte que nos afecta diferencialmente: es un derecho que adquirimos por la dignidad de ser humanos antes de nacer.
Solo percibimos la corrupción cuando se habla de dinero y aledaños, por aquello que trasciende a lo material, pero no detectamos cuando nos roban la conciencia y la moral; no intuimos el narcótico mediático que nos adormece la voluntad. Este es un empeño de la clase inicua para doblegar a los demás de utilizar a las masas para engordar su poder a base de mentiras, aduciendo razones de interés social, de transparencia y candor; otros colocan el crucifijo que tapa la cerradura de la caja fuerte en donde guardan el delito. Otros hablan de paz sujetando la pistola humeante; también de justicia e igualdad desde sus mansiones hechas con el sudor del contribuyente.
Los políticos corruptos no han venido del espacio, no son otra raza, son como el resto y los hemos elegido libremente  (muchos de ellos con antecedentes) son trasunto de gran parte de la sociedad, son la germinación de las semillas preexistentes en el medio al igual que las ´´malas´´ hierbas de los cultivos. Por tanto cabe hablar de complicidad en el caso de elegir  conscientemente a quien manifiesta proclividad al robo.
Las personas de bien pueden equivocarse en su elección  al igual que un niño que recoge el caramelo de su futuro verdugo. Eso puede pasar lógicamente pero al día de hoy son pocos los que desconocen la silueta de los malhechores y los que pueden maldecir a muchas generaciones. Muchos no somos solidarios con quien da su vida por lo demás, con aquellos que representan la elite de la probidad, lo genuino y lo transcendente. Sentimos vergüenza ajena cuando se da pie con nuestra mala conducta y como país a las críticas que hace la prensa extranjera justificadamente. Nos merecemos la reprobación como sociedad que se pudre poco a poco por no estar atentos a nuestros enemigos internos por no recordar nuestro juramento de defender nuestra nación ante las amenazas de todos estos falsarios.
Si los malos merecen castigo, los buenos deben ser premiados para ejemplo y modelo a seguir.

Gabriel ÚBEDA    Concejal  del Ayuntamiento de Porzuna

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